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Navegante

Por Luis Fernando Peláez
Navega la forma de apropiación que Ana Isabel Diez hace del paisaje, y navega en silencio, al contemplar atmósferas que surgen desde adentro, como si estuvieran a la espera de un manto de color que las cubra y descubra al mismo tiempo. Es el acto de develar tan solo un sentimiento de fragilidad en los aires, en las aguas, en islas que flotan en otras orillas, solas y desnudas, vueltas color y materia leve, casi desmaterializadas en su propio y austero silencio. A veces el navegante, el propio espectador, encuentra a la deriva, fragmentos de color inusitados, zonas de viajes reales e imaginarios donde los instantes del color son más que advertencias de emotivas regiones de la memoria. Son las propias crónicas de otras islas mas allá de las aguas y los viajes, son pura pintura que viaja hacia nosotros mismos, vueltos viajeros de estos mundos, donde razón y emoción navegan.


Re-visiones

Por Luis Fernando Peláez

RE-VISIONES obedece a un principio que luego de procesos y elaboraciones de experiencias fotográficas y pictóricas, busca extender estos lenguajes. La imagen fotográfica persigue otros ámbitos, otros tiempos y espacios: esto sucede en las inquietantes calles y ciudades de Elizabeth Arboleda, donde el transeúnte es la cámara misma, un desplazamiento en lugares que también nos miran. Es el aquí y el ahora, más allá de la fotografía, más acá de la mirada. Gloria Restrepo desde el movimiento del mar océano y a través de la cámara estática, desde un punto fijo, observa la calma tormentosa, la fuerza oculta que persigue en estos horizontes vueltos el tiempo mismo, que habita y palpita en espacios ocultos. Carmen Posada logra un espacio hondo, literalmente las honduras del cañón del río Cauca, es el recodo que bordea estas montañas, el más cercano a la geografía de la infancia, como el agua que corre, de nuevo se activa la otra fase de la fotografía, la que luego de capturar la imagen, recupera la frágil y pasajera idea del tiempo y sus fantasmas.

Estas búsquedas a través de la fotografía tienen paralelo en la pintura de Ana Isabel Díez donde la acción del color, vuelto atmósfera en pequeños grandes formatos que suman palmo a palmo un mundo que desde ¨ la naturaleza de la naturaleza ¨, capta fragmentos de lo esencial: cielos rojos, geometrías azules, para un mapa continuo de la pintura. Ali razón y emoción son anunciadores de algo que se decanta en el plano, en estado puro.

De estas ciudades, mares y paisajes surgen estos instantes con una nueva mirada al mundo visto con asombro: siempre el mismo y siempre diferente.

Intentan estas revisiones, advertir, a veces como una sombra en el agua, un instante, un momento. Mirar de nuevo el color de la fragilidad, o quizás la fugacidad del color.


Atmósfera

Por Francisco Gil Tovar

Trasladar al lienzo los colores del cielo antioqueño durante las 24 horas del día debe ser algo deslumbrante, además de una operación de pura estirpe realista con visos de surrealista; sin embargo, el resultado de cada obra de la serie, vista aisladamente, lleva a pensar y sentir que se trata de una pura manifestación abstracta, producto de la relación de la autora con su mismidad. La obra es de simplicidad y limpieza muy de contenido místico.

Atmósfera, Óleo sobre lienzo, Políptico 25x25, 2008


Horas 04 - 06

Por Leonel Estrada

En el Estado Actual del Arte no se trata de pensar si los cambios y la evolución van a continuar. Si aún tiene vigencia el Arte Pop y el Op, si lo Conceptual y el Arte de Ideas o la pintura pintada. Al fnal de cuentas lo perdurable, lo que queda en la tierra que habitamos y la naturaleza que la cubre: los árboles, el verde follage y la luz reflejada sobre cada hoja. Quedan los colores y el fenómeno de la reflexión de la luz. Quedan también y eternamente, la penumbra y las tinieblas alternando con el brillo de los amaneceres y el tremendismo natural de los atardecéres.

Este exordio ha surgido al mirar la obra de la pintora Ana Isabel Díez y al pensar en el acierto de ella cuando se decidió a trabajar en sus pinturas los temas ecológicos y a solarzarse en la riqueza plástica de jardines y bosques para comunicarnos la belleza inagotable y sin fronteras de sus vegetaciones.

No fue, por lo tanto, una casualidad el que su obra fuera destacada con distinción especial en la III Biennable de Florencia, Italia en el 2001. Tampoco es cuestión de suerte el que sus cuadros susciten interés en Europa y que sean adquiridos por coleccionistas. Estos triunfos se los merece esta artista colombiana por el acierto que demuestra al elegir sus temas y por plasmarlos, con gran gusto y depurada técnica, sobre sus impecables lienzos…


Luz y espacio

Por Carlos Arturo Fernández
 

La relación entre luz y espacio ha sido uno de los problemas básicos de toda la historia de la pintura, en un desarrollo de múltiples interpretaciones que puede rastrearse en las distintas etapas del arte, lo mismo en la pintura pompeyana que en el Renacimiento, en el Impresionismo o en la Transvanguardia.

Y es también el problema básico que enfrenta la pintura de Ana Isabel Díez quien, con una reflexión directa sobre este asunto, logra consolidar su planteamiento poético, a través de elementos aparentemente tradicionales, en un intervalo que se sitúa entre la pintura de bodegón y la de paisaje, pero que no depende de ellas.

En efecto, la superficie de estas pinturas se encuentra completamente invadida por plantas tropicales que literalmente desbordan los límites del lienzo y que, por ello mismo, revelan ante todo el plano de la tela: su abundancia viene hacia nosotros, nos invade y parecería suprimir la profundidad. Es un efecto reforzado por una especie de “corte fotográfico” en la elección de los detalles trabajados, que, de manera paradójica, con el aumento progresivo del acercamiento, conduce hasta la revelación de formas prácticamente abstractas.

Sin embargo, los juegos de luces –sin sombras o a pesar de ellas– en esta naturaleza intensamente luminosa, donde se multiplican las tonalidades de verdes, rojos, violetas y azules, crean de inmediato la certidumbre de una riqueza que inclusive va más allá de lo que podemos ver. O, si se quiere, hace resonar en nosotros la experiencia de la vitalidad de la naturaleza vegetal y, de una manera no directamente racional, nos pone en contacto con este aspecto de lo existente.


Retorno en entorno

Por Luis Fernando Valencia
 

Según Hegel, el hombre transforma la realidad material que le rodea a través de una operación que llama “objetualización”. Si esta operación no conduce a una humanización del entorno, ocurriría el fenómeno de la alienación. El arte sería, en este sentido, la objetualización por excelencia, pues su expresión se empeña en hacer más comprensivas las fuerzas espirituales, las necesidades y el modo de vida humana.

Nuestro habitat contemporáneo ha sido mutado por la tecnología, el environment altamente técnico ha alterado las condiciones de equilibrio entre el hombre y la naturaleza. La pérdida de esta relación armónica ha modificado situaciones existenciales, ha coartado vivencias inherentes a todo ser humano y ha exaltado modos de vida artificiales cuyo precio es la pérdida de cordura.

En el trabajo de Ana Isabel Díez existe una operación de objetualización de la naturaleza, pues a través de su arte, la naturaleza se humaniza. Sí, el arte puede transformar la naturaleza en un entorno más humano y por intermedio de su obra, adquirimos la conciencia de que la naturaleza está presente, que actúa sobre nosotros, es decir, la liberamos de que sea simplemente un relleno, un mero acompañamiento casual.

Pero no se trata de invocar un malentendido romanticismo tardío de una vuelta al paraíso perdido. Es aceptar un mundo tecnológico que nos ha traído múltiples beneficios, pero también comprender que estamos ante un período histórico “contra natura”, ante una era de “anti-naturalidad” exacerbada, y que un gesto pictórico como el de Ana Isabel Díez, que se embarca con total decisión en el tema de la naturaleza, nos convoca a sobrevivir en un mundo deshumanizado.


Entorno

Por Leonel Estrada

Rodeada de vegetación, impregnada de clorofila y de los gratos olores del bosque, vive Ana Isabel Díez, una joven artista que después de haberse doctorado como Ingeniera Electrónica, de haber actuado un par de años como ejecutiva bancaria, de haberse capacitado en Madrid como líder, optó por el arte y se sometió a la disciplina de las formas y del color, al estudio del espacio y de la perspectiva, al trajín del lienzo y de los óleos, de la trementina y del aceite.

Regresa de Europa a Colombia e inicia calladamente la tenaz tarea de captar y verter en sus telas el encanto del trópico. Sin afán de exponer o de divulgar su trabajo, va terminando una a una sus obras hasta reunir una serie que conforma lo que podríamos denominar su “Tropicalia”.

Con la seguridad de quien conoce bien lo que hace y con la fruición de quien se deleita en lo que realiza, Ana Isabel ha culminado recientemente unas obras que comunican optimismo y entusiasmo por lo propio. Cuadros diversos en tamaños que alcanzan grandes formatos. Creaciones que, dentro de una fresca atmósfera, muestran toda una gama de tonalidades verdes y de atrevidos contrastes con zonas de un rojo profundo. Estos cuadros de impecable dibujo, composición y color son como aportes para una nueva “Expedición Botánica” en que hojas gigantes, tallos y retoños irradian aire y luz.

Ante este agradable y sólido conjunto, el espectador se llena de optimismo y confirma que Ana Isabel logra crear un lenguaje plástico personal, una belleza distinta de concepción nueva y juvenil. Pintura que no busca imitar la realidad cotidiana sino congelar otra realidad grandiosa como si fuera una inesperada inundación en superficie de poéticas tonalidades.