Naturaleza muerta
Óleo sobre lienzo. 130x200 cms
Por Ana Paola Peña Ospina
Investigadora y curadora independiente
Los bodegones o naturalezas muertas tienen una larguísima tradición en la historia del arte, la obra que nos presenta Ana Isabel Diez, es un díptico que dialoga y revisita dicha tradición, retomando un género clásico de la pintura para hacerlo contemporáneo. Sus Naturalezas muertas son dos amplios oleos que representan diferentes empaques de plástico sin etiqueta, pero claramente reconocibles: el típico botellón de agua cristal, embaces de suavizantes o algún detergente de ropa, una caneca, un botellín, un atomizador, todos ellos objetos frecuentemente usados en nuestra vida cotidiana. Los bidones, como se les conoce, están fabricados con un material que se ha llegado a ser una de las grandes pesadillas ambientales en las sociedades contemporáneas: el plástico.
Lo paradójico, es que estos bidones son también ampliamente usados por algunas comunidades para trasportar agua, líquido vital que lamentablemente muchas poblaciones aún no tienen de forma potable o, para trasportar químicos que se usan de manera ilegal en la minería o en la producción de droga o, incluso de forma legal, para transportar pesticidas y herbicidas que terminan contaminando fuentes hídricas y afectando poblaciones −como, por ejemplo, el glifosato ‒. El carácter ambiguo de estos objetos de plástico es lo que le permite a la artista afirmar que “el bidón puede ser visto como fuente de vida y muerte”. Los bidones, se nos presentan, como un objeto metafórico que permite expresar varias contradicciones que están afincadas en prácticas culturales.
Toda naturaleza muerta es también testimonio de las costumbres de diferentes épocas, las que nos presenta Ana Isabel Diez, son un retrato trágico y paradójico de la sociedad contemporánea. Los bidones casi ingrávidos retratados de forma realista dejan constancia de un problema global y de enorme gravedad, que no es fácil corregir dada su naturaleza contradictoria y la forma en que el uso del plástico ha devenido en una práctica cultural casi intrínseca a la vida cotidiana, incluso, teniendo consciencia del daño ambiental que representa su uso. La estetización de estos bidones a través de su representación, nos invita a contemplarlos y reflexionar acerca de estas imágenes, por un lado, si se convertirán en el recuerdo de un mundo en el que alguna vez tuvo cabida el plástico o, por otro lado, si se volverán una constancia de la tragedia ambiental que no fuimos capaces de evitar.
Por Ana Isabel Diez
Resulta paradójico que los principales testigos de nuestras desgracias ambientales sean los bidones de plástico.
De una parte, se convierten en protagonistas de la supervivencia de la población cuando el agua (escaso líquido en ciertas regiones durante algunas épocas del año; en otras, situación de índole regular) es transportada en contenedores de este tipo, que añaden colorido en las interminables filas a las que deben someterse las personas afectadas. Luego, como pintando el paisaje, van cubriendo de color el trayecto muchas veces largo y dispendioso, seco y árido, hasta los centros de consumo. Son la opción mas viable y efectiva de que disponen para cargar el agua. De ellos depende su vida.
Por otra parte, están aquellos bidones contenedores de muerte y destrucción, donde se trasportan los químicos para la minería ilegal del oro o el negocio de la droga, los pesticidas contaminantes de las fuentes de agua, que también ponen en riesgo las comunidades cercanas. Una presencia plástica casi eterna si se tiene en cuenta su carácter no degradable
El bidón como fuente de vida y muerte.
En cualquiera de los casos es una naturaleza en crisis, casi una Naturaleza Muerta. Y es este término lo que me da pie para construir las presentes obras.
“Naturaleza Muerta” o bodegones, un género de la pintura que alcanzó gran importancia en el siglo XVII sobre todo en España y Los Países Bajos. En ellos, los artistas podían colocar casi cualquier objeto, lo que les dio libertad para crear y experimentar sin restringirse a temas serios o religiosos. Aprovecharon igualmente para llenarlos de carga simbólica. Para esto se valieron de elementos como las calaveras (vanitas) símbolo de la temporalidad y la mortalidad; relojes de arena, libros; instrumentos musicales y científicos; diferentes tipos de flores y frutas; los colores, etc.
A partir de un elemento ambiguo e inquietante como los contenedores de plástico (bidones) se plantea el problema del acceso al agua, así como el cuidado de la misma para asegurar la supervivencia.
Al hacer referencia a un género clásico de la pintura con elementos actuales, se pone de presente una situación que continúa: el acceso restringido al agua en algunas culturas y el cuidado de la misma.
Por otra parte, el mensaje moralizante de lo efímero, la mortalidad y lo temporal, presente de manera recurrente en la pintura de Naturaleza Muerta, refuerza este concepto: el agua como recurso limitado y determinante de la vida.